24 diciembre 2006

Diciembre

La Navidad con este calor no es lo mismo. Por suerte o por desgracia las fiestas aquí se sienten de muy diferente manera. No te acostumbras jamás. Estrellas de oriente colgadas de las farolas, algunos escaparates y gigantes árboles de Navidad en los centros comerciales son los únicos recuerdos de que se acercan las fechas. Ver a los abrigados papanoeles cuando hay 35 grados centígrados no ayuda nada a sentirla como la recuerdas. La decoración nada tiene que ver con la del norte donde se cuelgan luces cruzando calles.

El tráfico se vuelve mas denso, ruidoso y caótico en este ultimo mes del año. La gente inunda las calles pues todos ya corren a liquidar todo lo pendiente, todo lo dejado para el final y sin otro objetivo que dar finiquito al año y largarse lejos del asfalto. Al mar.

Si la mediterránea Nit de Sant Joan quema en cierto modo el pasado, acá se carbonizan las energías para poder llegar exhaustos al inicio de las sagradas vacaciones. Si el verano en el mediterráneo posee un encanto revitalizador, la renovación espiritual por estos lugares viene dada por partida dobe pues cuando una regresa de vacaciones también regresa a otro nuevo año y eso es algo que se palpa, ya que la frontera del fin de año divide temporadas como nunca habría imaginado. Se tiene la cabeza puesta mas en las vacaciones que en las fiestas.

En la tienda de enfrente se venden adornos de navidad y al fondo barcas hinchables, cubitos y palas para hacer castillos de arena. Es raro.

Por eso quizás la gente va como loca ultimando los detalles de las vacaciones, perfilando siluetas para lucirse (dicen que es todo un espectáculo como las argentinas y ellos lucen el palmito/lomo esculpido semanas atrás) , también corren tratando de cobrar los trabajitos y por si fuera poco, los encuentros familiares entrañables y los no tanto, unidos a los cariñosamente recién comprados regalos de navidad y reyes. Mucho estrés en pocos días. Y es que al porteño le debe agradar dejar todo para el ultimo día, mas bien se podría decir que el caótico devenir urbano es consonante con la naturaleza humana y no lucha para evitarlo. Mas bien al contrario, "ya se vera...", seguro que se arregla en una creativa solución improvisada y casi nunca en horario, es decir, puntual. Pero eso si, "todo bien...". Que es como decir, todos contentos. Al menos que lo parezca.

Nota añadida:
Me cuentan siempre que el dia 31 se lanzan por las ventanas de los edificios de oficinas del microcentro de Buenos Aires todos los calendarios y papeles que ya no sirven. Dejan la calle alfombrada de cosas pasadas a modo de catártica despedida de un año más. Debe ser todo un espectaculo que tampoco presenciare este año...

Etiquetas:

17 diciembre 2006

Nuestros argentinos

Amanecer argentino. Punta Delgada, Península Valdés.© Tomeu Ozonas

Esta columna esta dedicada desde la primera letra a los argentinos que hemos conocido a lo largo de estos tres años y pico. Sentidos y queridos ejemplos de la sociedad porteña consiguieron de la mejor manera posible hacernos sentir como en casa. Parece no costarles demasiado desplegar de manera generosa toda la hospitalidad, amabilidad y calor humano necesarios para alguien que ha elegido su tierra lejana para vivir. Preguntaron mil veces las razones de tal exilio y nosotros sin cansarnos les hemos explicado hasta el agotamiento que viven pese a todo en un lugar único. Nos han brindado, uno a uno y poco a poco, las razones multiplicadas para seguir junto a ellos y seguir sintiendo lo único que se puede sentir por los argentinos y es un extraordinario cariño.

Lazos de amistad que hemos tratado de regar, seguramente para compensar la distancia que nos separa de padres, hermanos, cuñadas y sobrinos. Lazos que se estrechan con conversaciones eternas, en cafés, en asados, con botellas vacías de malbec de testigo, en encuentros casuales en la calle, en invitaciones, cenas y comidas, en meriendas, con un mate, yendo al teatro y muchas veces paseando lentamente a la sombra de las arboladas calles de Buenos Aires.

Nos enseñaron todo lo que sabían de la ciudad y años mas tarde con nuestra visión de extranjeros (nos cuesta mucho escribir esta palabra), humildemente lo devolvemos descubriendo rincones a algunos de ellos, lugares desconocidos que nuestra curiosa mirada es capaz de rescatar gracias a la observación virgen y libre del que llegó después.

Les encanta escuchar nuestro acento castellano y a nosotros correspondemos poniendo nuestros ávidos oídos para oír su dulce tonada e intensa conversación buscadora de razones. Es un juego simbiótico que perfectamente simboliza el mutuo cariño por nuestras tierras y culturas. La madre patria la llaman y a veces, sin saber que ya no existe como la imaginan.
Nos sigue fascinando la increíble facilidad que poseen para comunicar y crear, creemos íntimamente que poseen un conducto propio que conecta la región de cerebro destinado a los conceptos y la boca. Muchos de ellos son libros de historia o geografía argentina, otras con un saco de lugares comunes al hablar de sus desgracias como habitantes del lejano sur. Son esa gracia, cultura e inquietud, que junto con su calida amabilidad y curiosidad natural las que transforman al visitante europeo en presa de sus suaves garras y así, lentamente, se va poblando de desencantados extranjeros del aburrido norte.

Si la Mallorca que trata con argentinos emigrados tuviese conocimiento personal de lo que trato de expresar a través de estas líneas y sumado al desarraigo que cargan en sus espaldas, sentirían la necesidad inmediata de mimarlos casi como hermanos. Así se siente.

Etiquetas:

07 diciembre 2006

La inseguridad

Me da la impresión de que por aquí no se quiere dar opción al azar, no se desea ser el resultado de un calculo de probabilidades y en definitiva una victima. Al menos no de la misma manera que otros lugares. Para ello se despliegan un sin fin de costumbres que se contagian, en ellas descansa buena parte de su actitud hacia lo imponderable, lo que escapa a su control pero que se empeña en creer que domina. Me refiero a ser victima de un robo. Si tomasen la misma conciencia a la hora de volar en avión o conducir por las carreteras nadie viajaría.

Decenas de veces he ido a oficinas y hogares donde el único dato es el numero de la calle, el piso y la letra. No hay nombres ni rótulos que te ayuden, todo es anónimo y misterioso con el fin de mantener a los amantes de lo ajeno que aquí incluye al fisco, lo suficientemente lejos. Hay estudios, bufetes, consultorios médicos, dentistas, psicoanalistas, locales comerciales en pisos mezclados con hogares. Sin membrete ni cartel ni abajo ni en la puerta. El que lo ha de saber, ya sabe.

Luego, la entrada a un edificio requiere toda una serie de protocolos que el foráneo aprende a fuerza de observar. Se da el caso innumerables veces que alguien sale del edificio cuando ya están bajando a abrirte (las puertas nunca se pueden abrir desde arriba, hay que bajar con la llave), entonces uno sabe que aunque no sea un ladrón ni tenga ninguna pinta de serlo, no ha de poner en el compromiso de entrar sin la venia, sin que alguien haya hecho sonar el timbre de la cerradura automática. Se crean a veces situaciones ridículas pues uno con el fin de imitar lo que ve le cierra la puerta en las narices a una anciana sin ningún aspecto de asaltante. Nadie hace ademán de entrar porque sabe que eso no se hace.

Es como que parece que están esperando ser asaltados de un momento a otro y posponen ese agrio acontecimiento desplegando un abanico de recaudos. Solo les falta hacer conjuros para espantar malvivientes (así les llaman los comisarios a los delincuentes que hablan a las cámaras de televisión). Es cierto que hay asaltos, robos, violaciones y demás delitos pero también es verdad que eso forma parte de la vida de una gran metrópoli. Maldigo en voz baja a los que antes de expatriarnos nos contaban historias de terror con el fin de alertarnos, al principio iba al cajero poco menos que envuelto en taquicardias y entregado al ese orden aleatorio. Hace ya muchísimo tiempo que nos sentimos casi tan seguros como en Palma. Precisamente fue allí donde padecí el ultimo delito, nos robaron el coche un mes antes de irnos.

Es una certeza que amigos nuestros han pasado por situaciones tremendas y pido permiso para frivolizar un poco con la porteña medio paranoica obsesión por la inseguridad donde hasta algunos policías controlan el mercado de los delitos mas comunes. Es una maraña de intereses superpuestos entre muchos delincuentes, alcaldes y la propia maldita policía, que se juega en serio la vida por un sueldo de llorar. Ni hablar de la policía bonaerense, la de la provincia. Esa si que puede hacer llorar, nos dicen.

El azar se ha portado bien con nosotros desde que llegamos y personalmente tengo mas miedo a la policía municipal de Palma y sus multas que de la policía federal argentina, donde en sus coches pintados en dos azules se lee "Al servicio de la comunidad". Tanto es así que uno puede a veces pedirle al policía de la esquina que te cuide el coche que acaba uno de aparcar en zona prohibida en lugar de poner la multa. Una vez fui testigo. Prometo escribir otra crónica muy distinta el día que suframos un asalto.

Etiquetas:

03 diciembre 2006

El campo











A relativamente muy pocos kilómetros de Buenos Aires se encuentra uno ya con el campo. El campo no es un campo cualquiera, se podría decir que es la madre de todos los vistos y esa palabra engloba el concepto muy poderoso en Argentina de todo lo que tiene que ver con soja, trigo, maíz, vacas, silos, camiones, productores y muchos millones de dólares y personas alimentadas. Llanuras interminables de verde y vacas; vacas negras, marrones, marrones y blancas, marrones todas y pocas blancas y negras. Es un paisaje llano, fertil y eterno salpicado de silos y molinos de agua.

Ir al campo es encontrarse con una de las genuinas Argentinas, sus gentes nada tienen que ver con el porteño. Si la cordialidad y calidez del habitante de la capital ya le parece extravagante al mallorquín no me puedo imaginar ni de lejos la estremecedora alucinación que significaría ser tratado por un tipo de Pergamino o Chacabuco.

He tenido varias ocasiones de ser testigo, la primera de ellas fue en Necochea, fui tratado como un enviado diplomático, se corrieron mas de cien kilómetros solo para que pudiera hacer unas fotos de pasto para forrajes y unas vacas. El tiempo parecía dedicado solo a mi, fue hace tres años y tome mi primer mate junto a la cuadrilla de jornaleros ambulantes en medio de la nada bajo un sol de justicia dentro de una destartalada casa rodante. Mas tarde me di cuenta de que hasta las vacas disfrutan de la gente. La foto lo explica.

Otra vez, estuve en una chacra (pequeña granja) de cerdos donde me ofrecieron ricos embutidos, cerveza y calor humano a discreción mientras la mujer recordaba cuatro palabras en catalán que le había enseñado su madre. Hospitalidad en bruto donde nadie espera favores ni respuestas.

La ultima vez y acompañado de un tipo que me acababan de presentar. Los dos solos durante medio día de aquí para allá recorriendo caminos y rutas en un laberinto liso como el cielo. Inseminaron artificialmente maiz para la foto y en otro lugar vi como despues de una breve conversacion con mi acompañante, unos operarios que estaban en faena, dejaron todo y arrancaron dos cosechadoras gigantes, las sacaron del hangar y simularon detras de una zona de soja amarillenta y seca, estar cosechando para la foto. Pregunté si se les debia un favor algo perplejo por el esfuerzo realizado pero no habia favor ni esperaban nada. Todo de onda, de buen rollo. Se le llama una gauchada y de alguna manera ahora estoy agradeciendo con este escrito, a esas personas, esos momentos.

Etiquetas: