19 octubre 2008

Misiones, Argentina. Viaje a la selva misionera.

Por supuesto no éramos los primeros mallorquines. Por lo visto un tal Antonio de Costitx ya había estado en la Posada perfecta llamada Don Enrique. Somos entonces todos afortunados. La selva misionera, es decir, la selva paranaense que se encuentra en la provincia de Misiones, Argentina. Es un ecosistema lejano y desconocido para los ojos de muchos. Para los testigos esuna experiencia de vida pues el encuentro frente a frente con tal profusión de vida, con esa invasión de verde y sonidos, es algo mas que una visita turística.

Y es el uso de esa última palabra lo que merece un alto. Cuando un mediterráneo transita por parajes tan lejanos y salvajes no puede evitar reflexionar acerca del turismo y su impacto. En los últimos años ha tenido lugar en Argentina, de manera genuina y única, el nacimiento de la industria turística “menos o más”, en serio. Antes era una anécdota para extranjeros medio aventureros , de hecho muy pocos argentinos conocen totalmente su país. En los 90 era mas barato y fácil irse a Miami de compras que pasear por Purmamarca (Salta) o El Soberbio (Misiones). Cosas que pasan. Ahora no tanto; han brotado agencias nacionales y extranjeras que organizan viajes a todos los puntos interesantes del inmenso país que es este.

Me contaban que ahora en Tilcara, Salta se ven autobuses vomitando guiris. Hace cuatro años éramos unos pocos (guiris) privilegiados repartidos en pequeñas posadas pues no había, ni hay hoteles medianos ni grandes. La reflexión comienza en preguntarse dónde esta el sutil equilibrio entre el impacto visual y ambiental y los indiscutibles beneficios de una industria que desparrama rápida y fácilmente sus beneficios y que amortigua la emigración al abismo que es el Gran Buenos Aires, la periferia de la demasiado grande capital donde se esparce casi la mitad de la población del país.
Volviendo al viaje, los Saltos del Moconá es una cascada de tres kilómetros de largo y 24 caídas provocada por un a falla geológica en la que las aguas del Río Uruguay caen sobre su mismo cauce en una curva. Un espectáculo único que no pudimos ver pues las pocas excursiones estaban ya reservadas y no había tiempo.

Pues bien, el embarcadero para zarpar en lancha semirígida a los Saltos es una silla rota, un fuego, una casa y letrina de madera, ademas de barro por todos lados, pues llovía. Debe haber como mucho 30 camas en la zona, el pueblo mas cercano esta intacto. Ni una tienda de artesanías. Si uno quiere algo típico, es decir, algo de comer ha de ir a la panadería o al súper. Uno se va pensando que semejante atracción que son los Saltos del Mocona, muy lejos del aeropuerto mas cercano, merece el viaje de muchos turistas que algún día se acordaran de la silla rota. Pero lejos e inaccesible conserva la mejor garantía contra su decadencia.

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